sábado, 6 de febrero de 2010

Funes, el bibliotecario

Yo nunca tuve la oportunidad de conocer a Funes, pero un viejo amigo mío, casi mi padre, lo conoció de forma superficial. Funes es un hombre digno de ser recordado no sólo por el hecho de haber existido, de haber sido, si no también porque desempeñó un trabajo que lo consumió en vida. Él fue bibliotecario de la mítica Biblioteca de Babel. A él le pertenecía una galería hexagonal que contenía 640 tomos, los cuales estaban en riesgo de aumentar de forma indefinida. Durante su infancia, emprendió numerosos viajes al lado de su padre a aquél recóndito lugar para encontrar el catálogo de catálogos, el cual siguió buscando durante toda su estancia en el hexágono hasta el último de sus días, cuando perdió toda luz en su mirada y sabía que ya no había opción, que él moriría no lejos de su hexágono, sin haber encontrado aquel tomo al cual dedicó toda su vida, que se encontraba en aquella biblioteca que contenía todos los libros de historias posibles. Él siempre se preguntó si aquella afirmación quería decir que la biblioteca era infinita.

Funes no sólo era un bibliotecario, él era un hombre y como cualquier hombre, esto implicaba que no era perfecto, que había algo más que controlaba sus acciones. Algo más allá de nosotros. Algo que se encuentra en Babilonia, la misteriosa Compañía de Lotería, en cuyas manos residían las suertes de todos, que pendían de un fino hilo llamado azar. La Compañía jugaba el papel de demiurgo en esta biblioteca, este universo. Quizá la biblioteca misma era tan sólo una creación de la Compañía y todos en aquel universo vivían en una ficción más, cuya trama seguía siendo escrita una y otra vez… Era el aclamado eterno retorno de Nietzsche.

Yo digo que Funes, hasta un par de años antes de su muerte fue cuando realmente empezó a vivir a plenitud. Él, como cualquier individuo, vivía de manera inconsciente; miraba sin observar, oía sin escuchar, vivía de forma insustancial. Pero repentinamente, algo sucedió. Quizá fue un sorteo más de la Compañía lo que decidió sus suerte. Quizá obtuvo un boleto color carmín, en el cual se decidía que quedaría tullido después de un desafortunado suceso. Sorprendentemente, eso no lo afectó en lo más mínimo; de hecho, aquél accidente cambió algo en él. Desde entonces, había un brillo diferente, pero indudablemente espectacular, en su mirada. Desde entonces, todos sus sentidos se intensificaron. De ahí en adelante, el sendero que él seguía se bifurcó. Ahora era un Funes nuevo. Podía percibir todo lo que para los demás era imperceptible y podía recordar detalles de una manera sorprendentemente nítidas. Toda la vida que se le había escabullido hasta el momento del infortunio de pronto se concentraron de una manera muy peculiar e intensa durante sus últimos años de vida.

A pesar de que era joven (y que la juventud generalmente va de la mano de la inexperiencia), Funes, era más sabio que cualquier persona y sus conocimientos eran inigualables, inimaginables. Esta capacidad de recordar y percibir todo le ayudó a continuar con su trabajo y a seguir en su búsqueda del catálogo de catálogos (aunque al final, de todos modos falló en aquella empresa).

Muchos creían que se había vuelto loco, pero él era el único consciente de que La Compañía actúa de formas misteriosas, pero milagrosas.

En este Universo caótico, al cual Funes se refería como «hogar», bastaba que un libro existiera para que estuviera en algún estante de algún hexágono de las indefinidas galerías que existían en este lugar (o al menos eso afirmaba Funes con fervor). He de interpolar que todo en aquél lugar se podía definir con la afirmación de Galileo Galileí de que la naturaleza está scritta in lingua matematica; todas las características de la Biblioteca de Babel eran de índole matemática, tal como el azar, cuya composición es quizá una pizca de matemáticas y lógica y otra tanta de suerte.

Al morir, Funes articuló algunas palabras indescifrables, que quizá escogió al azar; yo he dedicado toda mi vida intentando darles sentido a dichas palabras y lo único que he obtenido son unos cuantos bosquejos que no me conducirán a nada. Sin embargo, yo sé que Funes había encontrado el sentido de este Universo al cual pertenecía. Después de todo, él sabía la manera en la cual actuaba la Compañía, la deidad y demiurgo; el principio activo de los gnósticos y el dios creador de los filósofos. Funes no sólo era una creación más del azar, no era una ficción más. Él era tan real como yo y como usted.

Funes murió en una tarde lluviosa de mayo 1889, con libro en latín abrazado contra su pecho, a los 21 años de edad, de una congestión pulmonar.

1905


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